
Tres horas más tarde, volando el avión sobre el océano Pacífico, se oyó una frenética llamada de socorro. Después se extinguió la llamada por radio.
Un poco más tarde, el avión volvió a la base e hizo un aterrizaje de emergencia. Miembros del personal de tierra corrieron hacia el aparato y, cuando subieron a él, se horrorizaron al ver doce hombres muertos. El único superviviente era el copiloto, que, aunque gravemente herido, había sobrevivido lo bastante para devolver el avión a la base. Pocos minutos después, también había muerto.

La parte exterior del aparato había sufrido graves daños, como si hubiese sido alcanzado por misiles. El personal que subió al avión contrajo una extraña infección cutánea.
Inmediatamente se tomaron medidas estrictas de seguridad y se ordenó al personal de socorro que abandonase el avión. La tarea de extraer los cadáveres e investigar el incidente fue confiada a tres oficiales médicos.
El suceso fue mantenido en secreto y no salió a la luz hasta quince años después, cuando el investigador Robert Coe Gardner se enteró de él por alguien que había estado allí. El misterio de lo que encontró la tripulación en el aire, aquella tarde de 1939, no ha sido nunca resuelto.