Algo terrible ocurrió en el aire un día de finales de verano de 1939 y, hasta hoy, el incidente permanece envuelto en el secreto. Lo único que se sabe es que un avión de transporte militar despegó de la “Marine Naval Air Station”, de San Diego, a las 3,30 de una tarde. Él y su tripulación de trece hombres hacían un vuelo de rutina a Honolulú.
Tres horas más tarde, volando el avión sobre el océano Pacífico, se oyó una frenética llamada de socorro. Después se extinguió la llamada por radio.
Un poco más tarde, el avión volvió a la base e hizo un aterrizaje de emergencia. Miembros del personal de tierra corrieron hacia el aparato y, cuando subieron a él, se horrorizaron al ver doce hombres muertos. El único superviviente era el copiloto, que, aunque gravemente herido, había sobrevivido lo bastante para devolver el avión a la base. Pocos minutos después, también había muerto.
Todos los cuerpos mostraban grandes heridas abiertas. Más misterioso aún: el piloto y el copiloto habían vaciado sus pistolas “colt” del 45 contra algo. Los casquillos vacíos fueron encontrados en el suelo de la carlinga. Un acre olor a azufre flotaba en el interior del avión.
La parte exterior del aparato había sufrido graves daños, como si hubiese sido alcanzado por misiles. El personal que subió al avión contrajo una extraña infección cutánea.
Inmediatamente se tomaron medidas estrictas de seguridad y se ordenó al personal de socorro que abandonase el avión. La tarea de extraer los cadáveres e investigar el incidente fue confiada a tres oficiales médicos.
El suceso fue mantenido en secreto y no salió a la luz hasta quince años después, cuando el investigador Robert Coe Gardner se enteró de él por alguien que había estado allí. El misterio de lo que encontró la tripulación en el aire, aquella tarde de 1939, no ha sido nunca resuelto.