Mago, druida, profeta, nacido de mujer e íncubo, mentor de Arturo, Merlín es uno de los grandes temas de la mitología británica. Y a la vez, uno de los más escurridizos, lo vemos joven, viejo, presente y ausente....
¿Quién era Merlín? ¿Esconde a algún personaje histórico? ¿Cuáles son las leyendas a partir de las cuáles Monmouth, Nenio, Boron o Troyes construyeron el personaje que llega a nosotros? Como tal Merlín, la primera vez que aparece citado -explica Ashe en su obra- es en La historia de los reyes de Britania de Geoffrey de Monmouth (Alianza, 2004). Mientras redactaba ese memorial, había leído «La profecía de Britania» de El libro de Taliesin, uno de los cinco que forman el «Ciclo de Pendragon», en uno de cuyos poemas aparecía nombrado Myrdinn; Monmouth dejó a un lado su Historia... y comenzó a recopilar materiales sobre él, primero, para incluirle en su relación británica y para dedicarle, más adelante, su Vida de Merlín (Siruela, 1994). En fin, cuenta Ashe que Monmouth se dio cuenta de que al latinizar su nombre, éste se convertía en «Merdinus», palabra que los lectores normando-franceses podrían relacionar con merde, por lo que decidió bautizarlo como Merlín.
Si el origen de su nombre es accidental, el del personaje en cierto modo está vinculado al mal. La debilidad del rey Vortigern (usurpador del trono que correspondía a Aurelio, hermano de Constante, y después a Úter), quien siendo mayor contrajo matrimonio con la preciosa Ronwe (hija del sajón Hengist, matrimonio que costó el condado de Kent) está en el origen del mito. Los sajones ya se habían apoderado de Londres, York, Lincoln y Winchester. Vortingern estaba desesperado y consultó a los adivinos, quienes le aconsejaron que construyera una fortaleza inexpugnable para salvar la vida. El lugar escogido fue Dinas Emyris, un monte en el valle de Nant Gwynant, cerca de Beddgelert, al sur de Snowdon. Como resultara imposible erigir la torre de la fortaleza, pues se derrumbaba, Vortingern volvió a pedir consejo y los adivinos le recomendaron que sacrificara a un niño y que regara con su sangre la argamasa y las piedras para que los cimientos resultaran firmes. Pero añadieron una condición: el niño no debía tener padre. Y Vortingern mandó buscarle.
Unos mensajeros encontraron a dos muchachos discutiendo en un lugar que luego sería llamado Camarthen. Uno afirmaba tener sangre real e insultaba al otro, diciéndole que nadie sabía quién era, porque ni siquiera tenía un padre. El chico se llamaba Merlín. Al parecer, su madre era hija del rey de Demecia y vivía en una comunidad de monjas, por lo que difícilmente podía haber mantenido relaciones. En realidad, la visitaba un íncubo, tipo de demonio que participa de la naturaleza de hombres y ángeles, y que tienta a las mujeres.
Merlín no se amilanó y preguntó a los magos qué había bajo los cimientos de la torre que se derrumbaba. Anticipó que si cavaban, hallarían un estanque; así fue, y luego aconsejó que lo drenaran; así lo hicieron y encontraron dos rocas en cuyo interior alentaban dos dragones durmientes, uno rojo y otro blanco. Al despertar, lucharon entre sí; el primero acorraló al segundo, pero el rojo se recuperó y obligó al blanco a retroceder: era Britania, mientras que el blanco representaba a los sajones. Merlín no era un simple mortal, aunque su lado demoniaco podía ser más o menos oscuro según el relator.
Arturo y la Mesa ¿Redonda?
La historia de Arturo tiene muy diversos desarrollos, algunos independientes de Merlín. Pero el mito de Arturo, reelaboración de innumerables leyendas, con el tiempo termina por ser inseparable de él. Y es que Merlín, haciendo uso de una poción mágica, logra que Úter, que asedia Dimilioc, burle la guardia y se acueste con la mujer del duque Gorlois, Igerna, por la que sentía una pasión irrefrenable y a la que deja embarazada. Luego, nadie debe saber que Arturo es hijo de Úter.
Robert de Boron retoma el tema e introduce una de sus escenas más perdurables. A la muerte de Úter, aparentemente sin heredero, Merlín convoca en Navidad a los nobles, anunciando que recibirán una señal para coronar a un campeón del cristianismo. Una vez que están todos en la Iglesia -refiere Ashe-, un gran bloque cuadrado se materializa afuera; sobre él, hay un yunque que tiene una espada insertada hasta la piedra. Nadie logra sacarla, hasta que llega el joven Arturo, acompañado de su tutor, y realiza la proeza (Arturo romperá esta espada en combate, y le será repuesta por la Dama del Lago, que le da Caliburn -que luego deriva en Excálibur-, con la que reinará y a su muerte deberá ser devuelta a esas aguas). Como a los nobles Arturo no les resultara aceptable por su incierto origen, Merlín desvela el nombre de su padre y su legitimidad como rey. El castillo de Camelot es uno de los hallazgos más perdurables del ciclo artúrico, en él se encontraba la archifamosa Mesa Redonda... que ha traído de cabeza a no pocos ilustradores. Era muy democrática, allí todos los caballeros eran iguales, pero es que ya en el siglo XV -según la versión del mito artúrico de Thomas Mallory- ya eran 150 los comensales. Los artistas han concebido inmensas mesas en forma de disco, con los caballeros sentados en sillas equidistantes. Pero, ¿en qué estancia podría albergarse semejante mesa, cómo conversaban los comensales más distantes, cómo eran servidos, por camareros que gateaban? Y dónde sentar a Arturo, ¿en el centro y en una silla giratoria para no dar la espalda a nadie? Sin embargo, el mejor rediseño lo hizo la leyenda del Grial, pues el cáliz se hallaba perdido en el valle Abalon y Merlín aconseja a Úter que ha de hacer la tercera mesa (primero fue la de Jerusalén, luego la que construyó José de Arimatea) y que será la Mesa Redonda, cierre de la Trinidad, símbolo de la redondez de la Tierra y los cielos, uno de cuyos lugares ha de estar vacante, porque la «Silla peligrosa» sólo podrá ser ocupada por quien recupere el Santo Grial.