martes, 27 de agosto de 2013

Retratos post-mortem

Retratos post mortem es el nombre con el que se conoce a las fotografías realizadas a las personas fallecidas de muerte natural y/o violenta y puede considerarse que representan, desde un punto de vista histórico, el primer acercamiento claro de la fotografía con la representación de los cuerpos muertos.


 

  En el caso de México, la muerte se va a documentar especialmente desde la vertiente más violenta. Los archivos de los hermanos Casasola albergan numerosos documentos fotográficos de los muertos en la revolución mexicana durante los enfrentamientos y en los fusilamientos, también de otros conflictos civiles y militares que afectaron a la población mexicana. Sin embargo, los retratos post mortem de las personas que morían por causas naturales en sus casas están distribuidos por los propios domicilios familiares o en los archivos de coleccionistas particulares.

Es por tanto un estudio de recogida y catalogación de material que está pendiente de hacer, no sólo en México sino también en la mayoría de los países del mundo. La costumbre de fotografiar a los muertos en América llegó desde Europa, donde la difusión de la fotografía entre el público fue muy rápida y enseguida se extendió la práctica de fotografiar las etapas importantes de la vida: nacimiento, matrimonio, servicio militar e incluso la propia muerte. El fotógrafo acudía así al domicilio del fallecido (a veces, era al revés y los familiares eran los que se encargaban de llevar al difunto hasta el profesional) y hacía una fotografía a la persona muerta que servía a sus familiares como recuerdo y como consuelo, ya que en muchas ocasiones era la única fotografía que tenían de ese pariente. Actualmente, la tradición de fotografiar a los muertos ha quedado reducida al círculo social de personas célebres que se suelen retratar en sus capillas ardientes. En el ámbito familiar es una práctica poco corriente en la mayoría de los países. Es decir, como prueba definitiva de que las imágenes de los daguerrotipos realmente habían supuesto una nueva revolución, se hacía mención a los buenos resultados alcanzados con los retratos post mortem. Evidentemente, se trataban de los mejores modelos en ese momento en los que los tiempos de exposición requeridos eran muy largos. 

La quietud de los fallecidos favoreció en alguna medida la proliferación de este tipo de retratos, ya que el fotógrafo no tenía que tomar precauciones para que el modelo no saliera movido y, además, tenía cierta libertad de manipulación, como si se tratase de una naturaleza muerta. Además, se dio aún otra circunstancia que favoreció la expansión de este tipo de fotografías y que tiene que ver con que la invención del daguerrotipo coincidió en el tiempo con una época de mortalidad infantil muy alta y de grandes epidemias. Fotografiar a los muertos, por tanto, se convirtió en algo normal e incluso los primeros daguerrotipistas hacían publicidad de los retratos post mortem, algo que después haría el propio Nadar y otros fotógrafos famosos. La consecuencia más inmediata que se extrae es que la realización de fotografías a los muertos, además de tratarse de un hecho muy generalizado, fue perfectamente aceptada por la sociedad que vio en esta práctica algo normal y, en ningún momento, fue percibido como una experiencia morbosa o extraña. Prueba de ello fueron, además de los reclamos publicitarios que hacían los fotógrafos, las numerosas exposiciones que se realizaban de los retratos post morten.

Anteriormente a estas exposiciones, era corriente que las morgues de las grandes ciudades estuvieran frecuentadas por "mirones" que acudían a ver a los cadáveres que en ellas se exponían. Para una autora como Julia Kristeva, el cadáver "–visto sin Dios y fuera de la ciencia– es el colmo de la abyección". Al asociar el cadáver con lo abyecto, Julia Kristeva paradójicamente, lo aleja de la muerte. De tal forma que la putrefacción del cuerpo no significa la muerte: "El cadáver (cadere, caer) –señala Kristeva–, aquello que irremediablemente ha caído, cloaca y muerte, trastorna más violentamente aun la identidad de aquel que se le confronta como un azar frágil y engañoso. Una herida de sangre y pus, o el olor dulzón y acre de un sudor, de una putrefacción, no significan la muerte".