Una tradición aragonesa cuenta que el grial fue guardado y utilizado por los apóstoles en Jerusalén. De allí habría pasado a Antioquía, llevado por san Pedro. Posteriormente se habría trasladado a Roma, donde fue usado por 23 papas hasta el pontificado del griego san Sixto II. Este papa (que ejerció el papado durante un año, desde 257 a 258), asustado por la persecución romana, lo envió a Huesca (España) custodiado por el joven diácono Lorenzo para que fuera escondido en las lejanas montañas de Aragón. En el año 1424 el Cáliz habría sido trasladado al Palacio Real de Valencia por orden de Alfonso el Magnánimo, que agradecía así su ayuda al reino de Valencia en sus luchas mediterráneas.
La leyenda del Santo Grial surgió de los Templarios, una orden que al principio estaba formada por personas que tenían una gran avidez de conocimientos, pero que luego fue invadida por gente muy fanática que representaba algo que no existía.
Esta gente armó, como si fuera una realidad, toda una fantasía sobre la copa de la que bebió Jesús en la última cena y finalmente terminaron creyéndola.
Y ésta es toda la simple historia del Santo Grial, una leyenda que no tiene ni siquiera una brizna de autenticidad.
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