domingo, 29 de junio de 2014

¿Existen aún las brujas?

¿Existieron de verdad las brujas?, si no fue así ¿Qué persiguió la Inquisición?, y, ¿existen aún las brujas?
Desde que el Hombre se ha considerado como tal ha recurrido a ritos mágicos y celebraciones de todo tipo referidas a la muerte o los antepasados, la tierra o la fecundidad y los astros o dioses, en todas las culturas a lo largo de las diferentes etapas de la Humanidad. Los ritos o dioses siempre poseen la siguiente dualidad:
Lo masculino: el guerrero, la fuerza bruta, la muerte. Son el Lug Celta, el Pan Griego, Satanás cristiano. Si no era representado como el guerrero lo era como un animal como el toro, el león, el águila, etc.
Lo femenino: la fecundidad, la creación y la vida. La Afrodita Griega, Asarte Fenicia, la Ma Frigia. Si no tenía forma femenina era entonces la de un animal como una vaca, un buey o similar.
Estos dos grupos han estado en constante rivalidad por dominar, asentándose lo masculino en la ciudad (foco de la fuerza productiva-industrial) y lo femenino en el medio rural (donde nacen y crecen los frutos de la tierra). Es por eso que los primeros dioses monoteístas masculinos rigieron en las ciudades: Aton, Ahura Mazda, Jehová... y las clases populares (rurales) adoraron a la parte femenina relacionada con la fecundidad: Isis, Mithra, Anaita.
Desde el nacimiento de la agricultura en los medios rurales se ha celebrado culto a la fecundidad y la naturaleza. Se hacían reuniones nocturnas en los bosques, y alumbrados por una hoguera se rendía homenaje a la tierra que les daba sus frutos y a los animales. Solía ser una sacerdotisa la que dirigía la ceremonia consistente en danzas y una unión sexual en determinadas épocas para "activar" los campos y hacerlos fecundos. Los cuernos se usaban para reprensentar esa deidad, ya que sólo los herbívoros los tenían (cabras, vacas, bueyes...) y eran estos los que les proveían y ayudaban a sobrevivir. Estas sacerdotisas poseían conocimientos de medicina natural heredados de generación en generación y para su aplicación iban acompañados de un ritual mágico.
Durante la edad media la población masculina descendió vertiginosamente debido sobre todo a las guerras y posiblemente a que las numerosas epidemias que asolaron Europa les afectaban más a ellos que a las mujeres.
De modo que la Europa medieval se encontraba exenta de hombres jóvenes (lo que era un gran problema en una sociedad patriarcal), con epidemias que diezmaban la población rural, con unos campos que no daban de sí para abastecer a la población superviviente y una religión cristiana que no podía consolar a los atemorizados campesinos. Y en medio de todo ello mujeres con mejor salud y que vivían más, que para colmo no creían en Dios y se reunían de noche a realizar prácticas poco piadosas adorando a un dios cornudo.
De modo que las autoridades eclesiásticas acusaron a estos colectivos de ser los culpables de los males que les azotaban y les acusaron de envenenar los campos, emponzoñar las aguas, hacer hechizos y maldiciones, siempre bajo el amparo del demonio.
Se levantó una compleja maquinaria de busca y captura de estas brujas allí donde se hallaran, no importara donde, la Inquisición siempre las alcanzaba. Se publicaron libros (los primeros en usar imprenta) con todo lo referente a ellas y cómo actuaban, dónde se podían encontrar, cómo arrancarles una confesión, la manera de juzgarlas y aplicarles castigo. De modo que cualquier inquisidor sabía lo que hacer y qué confesión debía obtener y que hacer en tal caso; de este modo las historias que contaban de sus fechorías como brujas coincidían de una punta a otra de Europa.
Bastaba una denuncia, unas habladurías o una acusación "formal" de haber visto a tal o cual en reuniones nocturnas o realizar prodigios. Las brujas se hallaban siempre en el medio rural al que se desplazaba el inquisidor, hombre urbano rodeado de todo el bombo y boato de su cargo y hablando varias lenguas correctamente (por lo menos la común que la mayoría usaba mal y el latín). Esto, junto con la espectación y el revuelo sumían a la acusada en una confusión tal que no acertaba a saber qué había hecho para encontrarse en las puertas de la tortura y muerte.
Una vez detenido, el acusado era interrogado cada vez con más crueldad pasando por tres grados, del tercer grado o se moría o se confesaba. Para tales fines no ahorraban imaginación y usaban múltiples métodos: ir aplastando uno a uno los dedos de las manos y los pies, el potro, colocar un embudo en la boca y echar baldes de agua hasta que el estómago casi estallaba y se adquiría un estado similar a la embriaguez, un aparato que se metía en la boca y mediante un tornillo iba abriéndose el extremo como un paraguas, o un ataúd metálico (Dama de hierro) en el que se encerraba al infeliz como enterrado en vida.
Estaba claro que acababan por confesar, acusando a otros con los que se reunía, y estos a otros si les obligaban y así hasta que se daban por satisfechos los inquisidores. En centroeuropa se llegaron ha exterminar pueblos enteros y en otros quedaban pocos o uno solo. Una vez confesaban se realizaban los Autos de Fe.
En el mismo Madrid eran comunes los Autos de Fe que se organizaban periódicamente en la Plaza Mayor en la que se levantaba un tablado, ya que en tales eventos el público era numeroso. A los acusados/as se les solía juzgar desnudos (para que no escondieran ningún hechizo entre sus ropas) y afeitado todo el pelo del cuerpo (al que se le atribuía la fuerza), se les ponía el Sambenito y una coroza (especie de mitra) en la cabeza. El reo llegaba al tablado tras una procesión en la que se le exhibía y se pregonaban sus culpas, luego se le colocaba en el centro del tablado sentado en un taburete y escuchaba el sermón y la pena que se ejecutaba de inmediato.
Los procesos inquisitorios llevaban un enorme trabajo que daba de comer a mucha gente: a los que se encargaban de todas las tareas burocráticas (que eran muchas), a los carceleros, las escoltas, los verdugos... y por eso se mantuvieron durante largo tiempo aunque las circunstancias que lo originaron desapareciesen.
Las antiguas celebraciones se vistieron del rigor religioso para no dejar de existir, cambiando los modos y eliminando las partes que no admitían conversión. Hasta hoy nos llegan el carnaval (relacionado con la fecundidad), el día de todos los santos (veneración por los antepasados) o la noche de San Juan (danzas en torno al fuego). Actualmente aún se celebran en todo el mundo las reuniones nocturnas a la manera tradicional, incluso existen reuniones de brujos denominadas conventículos, en los que no más de doce miembros se reúnen de noche en torno el fuego para celebrar el culto a la vieja religión. Guardan en secreto sus ceremonias y trasmiten sus conocimientos oralmente, son sociedades cerradas que aúnan sus fuerzas en beneficio de sus miembros y del grupo. Pese a encontrarnos en una sociedad libre aún no pueden salir a la luz.